lunes, 7 de abril de 2014

Nido de lana, nido de amor

La ternura se manifiesta de muchas formas: chocolatinas, flores, pendejaditas... A Leandro se le manifestó a través de una máquina que podía entorchar ovejos (hilar su lana). Solo por amor, sin música y sin vainilla, le hizo un regalo a su dulce amada que ella devolvió muy a su manera.

Nido de lana, nido de amor















Después de 15 días de estar por fuera, Eleuteria llegó a su casa a ponerse al día con el hilado de la lana de ovejo (de la lana de abajo, replicó en susurro un nasa malicioso). Se había ido a la región de Pescador a capacitar a otras mujeres en el arte de los tejidos. En casa, su esposo y sus hijos se las arreglaban para mantener el hogar a flote. Claro que ya estaban acostumbrados porque las salidas de Eleuteria eran frecuentes ya sea a capacitarse o a capacitar, a vender artesanías o a representar a su comunidad en distintos eventos.
















El equipo del wët wët fxizenxi escuchó con atención la historia. Este es el décimo invento visitado. Quedan seis visitas y la comunidad conocerá la decisión de los Putx thegsa en pocos días. Dura tarea la de escoger entre tanta belleza los cinco más bellos. Tarea imposible. Por ahora no se pierden detalles de la historia que nos tiene en este lugar de la vereda La Primicia en el resguardo de San Francisco del municipio de Toribío. Sigue así:



La vereda La Primicia hace parte del resguardo de San Francisco, uno de los resguardos que tiene título colonial. Antes de que Colombia existiera el cacique Manuel de Quilo y Ciclos logró la creación de tres resguardos que hoy conforman el municipio de Toribío. Corría el año de 1701.








Al entrar a casa, aquella vez, Eleuteria fue sorprendida por un coro que decía: “feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños a ti, feliz cumpleaños mamita, feliz cumpleaños a ti...”. En seguida, como quien saca un conejo de la manga de la camisa, Leandro, su compañero o esposo que llaman, le mostró un aparato de madera, rines y pedales de bicicleta: “este es su regalo de cumpleaños, para que no pase tanto trabajo con el huso”. Ella se quedó mirando esa armazón con extrañeza y malicia hasta que no se aguantó y soltó una sonora risotada: “y eso qué va a funcionar”, le dijo con la ternura propia del reino femenino. Como es natural Leandro se sintió desinflado por la flecha de la descortesía. Tomó aliento y con la paciencia de un inventor aguardó al día siguiente para explicarle a su dulce amada el mecanismo de su creación. Llegado el momento (la noche mediante, de la cual no tenemos detalles pero suponemos cosas) Leandro tomó la máquina, tomó el enredado montón de lana, pedaleó y en menos de lo que canta un gallo tuvo una buena madeja de hilo.



Esta es la versión moderna de la máquina. De ésta tiene varios encargos para mujeres artesanas. Cuando no tienen plata hace trueque con lana o bolsos.









Ya se imaginarán lo que vino a continuación: ella estaba conmovida y agradecida, no se tenía que mojar las manos acalorada, le rindió más en su trabajo y tuvo tiempo para devolverle el regalo a su amado inventor: no le dijo gracias con la boca pero le tejió una ruana que no se sabe por qué motivo no volvió a aparecer en la casa.

El equipo escuchó esta y otras historias conexas, con el rostro iluminado de alegría y admiración, no era para menos. Un invento fruto de una historia de amor es cosa de cuentos de hadas. El asunto no paró allí. Con el tiempo Leandro perfeccionó la máquina, la hizo más pequeña y funcional y le adaptó un motor de máquina de coser. Rinde como un verraco la hilada. Eleuteria puede llevar la maquinita a distintas ferias artesanales nacionales y es cosa de admirar. Leandro le comparte su saber a los vecinos, vende o truequea la maquinita. Y dice que ahora va por el telar eléctrico “ya sé cómo es”, dice con una humilde sonrisa.




















Omar no se quedó con la gana de probar la hiladora eléctrica.

















El equipo del wët wët fxizenxi deja este nido de amor con la sensación de venir y de marchar a un lugar parecido: el invento de ayer y el de mañana son también historias de amor. El amor por la tierra, el cariño por la familia, el afecto para que los espíritus tengan su casa, la ternura de sembrar comida para los animales silvestres, el cuidado de conservar los árboles para que ahora cada quien que lee estos garabatos pueda respirar las bocanadas de aire suficientes para seguir construyendo el wët wët fxizenxi (buen vivir). Ese es el trato.


 La máquina también hila fibra de fique.
Las gallinas y los patos no pueden faltar.
















Y los cuyes tampoco.
Paisaje de la vereda La Primicia.

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