María Cristina Achicué es una de las inventoras del pueblo nasa. En
su caso, como conservadora de animales de razas criollas, participó
de la primera campaña de inventos para el wët wët fxi'zenxi. Un
sábado emprendimos el camino a su casa, en una vereda cercana a
Toribío. Por aquí les contamos cómo nos fue.
A pesar un malestar, María Cristina nos mostró su casa-parcela-jardín, huerto.
Nos acompañó una mañana resplandeciente y una comunidad que se
desplazaba a comercializar sus productos en la plaza de mercado del
pueblo. Llegamos a la casa de María Cristina a conocer su
experiencia, la conservación de razas criollas, pollos y pollas, y
las plantas de jardín. Lastimosamente María Cristina no se
encontraba bien de salud pero el malestar no la venció y comenzó a
exponer su trabajo.
Empezó por mostrarnos sus flores. La primera flor que nos mostró
fue la de su sonrisa, hay que decirlo. Luego, los 10 pensamientos.
Así se llama la flor de color morado y rojo que florece en su
jardín, una flor que mucha gente quiere tener ya que emana buenas
energías y atrae las cosas buenas, porque las cosas que se piensan y
se hacen, se dan gracias a los 10 pensamientos. Así como los
pensamientos, había en su jardín gran variedad de flores cada una
con su función y por supuesto con un olor y un color diferente:
margaritas, geranios, azucenas, orquídeas, gladiolos, rosas,
claveles... Si miramos a María, las flores no le sirven solo para
adornar su casa y darle brillo a sus ojos, sino que también la
protegen y le ayudan a que los sueños se hagan realidad. Por eso es
que existe este lugar al que vamos entrando ahora. Como ven, todo
tiene su explicación.
Las flores son guardianas de los sueños.
Con los mismos ojos de asombro procedimos a observar la experiencia
de la cría de pollos en sus diferentes razas: blancos, negros,
grillos, colorados, chirapos, grandes, redondos, con copetes, sin
copete. En fin, pollos de todas las clases y colores. Solo falta una
variedad de gallo que ha sido visto en Huellas, Caloto: el gallo
pato. Es un gallo que tiene todas sus partes de gallo pero tiene las
patas de pato, con tela entre los dedos. Y ni hablar de otras
variedades de gallos que han sido vistos en Huellas, porque se nos
van muchas hojas. Lo único que se les adelanta es que son muy
sabrosos, en sancocho, claro.
Volvamos a lo que nos ocupa y dejemos los gallos de Huellas quietos.
Para la cría de los pollos, María Cristina hace una serie de
labores que permiten que el invento funcione de maravilla. En las
tardes sale por las casas y las tiendas -o ventas- de su vereda a
recoger tarros plásticos. Unos los utiliza para sembrar sus flores y
otros como recipientes para alimentar los pollos. El maíz -molido-
de los pollos pequeños se lo echa en pequeños corrales de estacas,
con espacios pequeños entre ellas, para que los pollos grandes no
puedan pasar. Mientras los pequeños comen los grandes miran con
ganas desde afuera. Pero ni modo, que aguanten hasta que les llegue
el turno.
El habitual pánico escénico en uno de los pollos de María Cristina.
Observamos, además, que María descompone las basuras de los
productos de pancoger con lombrices californianas para elaborar abono
que después utiliza para sus flores y demás productos cultivados en
su parcela: yuca, banano, arracacha maíz, caña morada, zapallo,
fríjol, en fin, cultivos que le ayudan para la alimentación de la
familia.
Es admirable el trabajo de la inventora María y su forma de
contribuir al buen vivir. Su parcela es de un tamaño gigantesco: 7
metros de ancho por 15 metros de largo. Ajá, así como se lee: 7
metros por 15 metros. Nada comparable con las fincas del empresario
Ardila Lule, que tiene muchísima tierra, menos en las uñas. Que no
venga a decir uribito (claro, con minúscula) que los indios de
Colombia tienen mucha tierra. Mucha tierra tiene el papá de él y
habida del mismo modo que las haciendas que hoy libera Corinto:
despojadas de sus legítimos dueños.
Mucha gente llega a la casa de María Cristina en busca de pollos y
de flores: para comprar o para hacer trueque. El trabajo lo hace en
compañía de su hijo, cuando llega de la escuela, y algún
admirador anónimo que llega con ganas de gallo. Y sí, de vez en
cuando se gana su recompensa: un suculento sancocho.
El zapallo crece en el pequeño espacio aprovechado al máximo por María.
Por si fuera poco, la parcela de María Cristina está ubicada en una
pendiente: en este lote hay que fijarse dónde pisas porque, sin
exagerar, los cultivos están como se dice uno encima del otro. Si
María lograra tener un lote más grande de tierra seguramente podría
enseñarnos más de lo que es el buen vivir. Se merece un lotecito en
las fincas que estamos liberando de Incauca (multinacional),
proporcional a la grandeza de su alma y de su obra.
Los pollos piaron todo el tiempo y los gallos cantaron con su voz
tartamuda. Las flores mostraron todo su encanto. Vimos, oímos,
olimos, admiramos. Un gran invento. Pero, señoras y señores, el
alma de María Cristina es el gran invento que Uma Kiwe nos ha
regalado este día. Pay, gracias.
Más maticas para el jardín.
Y más pollos. María Cristina hace trueque todo el tiempo con productos que no alcanza a cultivar en su lotecito.